Cómo mostrar los pensamientos de tus personajes (I)
Voy a explicarte cómo lo has de hacer para mostrar en tu novela o relato los pensamientos de tus personajes. Es un tema que, a menudo, genera dudas. En una segunda parte del artículo, que publicaré en breve, explicaré cómo mostrarlos en otros géneros literarios, como son el guion de cine y el texto teatral.
En lo que respecta a novela y relato, existen, básicamente, dos formas de comunicar los pensamientos de los personajes: el estilo directo y el estilo indirecto. Son formas análogas a las que se usan para comunicar los parlamentos de los personajes. Luego, cada una de estas dos formas tiene sus variantes.
El estilo directo consiste en reproducir el pensamiento del personaje tal cual: las palabras exactas que pasan por su cabeza. Este estilo permite que, al leer, dé la impresión de estar «oyendo» lo que piensa el personaje.
Lo propio, cuando se muestra un pensamiento en estilo directo, es entrecomillarlo; esto permite distinguirlo tanto del discurso del narrador, que, en el caso general, no va entre comillas, como de los parlamentos de los personajes, que, también en el caso general, tampoco van entre comillas, sino precedidos de una raya (—).
Voy a usar, para ejemplificar, el inicio de La metamorfosis, de Franz Kafka; iré añadiéndole texto o modificándolo según lo necesite: Kafka me perdone. Esta novela corta comienza con un párrafo de narrador y, justo tras él, se muestra ya un pensamiento en estilo directo:
Al despertar Gregorio Samsa una mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura y en forma de caparazón, y al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, oscuro, dividido en partes en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de caer al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto del cuerpo, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
Aprovecho para comentar que las comillas que debemos usar para delimitar los pensamientos son las angulares, tambien llamadas latinas o españolas:
«»
Estas comillas son distintas de las inglesas...
""
... y de las simples...
''
El único caso en el que no debemos usar las comillas angulares es cuando el texto a entrecomillar forma parte de otro que ya está entrecomillado. Lo que haremos en estos casos será ponerlo entre comillas inglesas.
«Pues, como te iba contando, resulta que despierto una mañana y me encuentro convertido en un monstruoso insecto. "¿Qué me ha ocurrido?", pensé».
Para indicar de quién es un pensamiento, lo más habitual es usar un inciso de narrador. En el ejemplo del texto original de Kafka, el inciso es «pensó»; indica que el pensamiento es de Gregorio Samsa, que es de quien venía hablando el narrador.
A diferencia de los incisos de los diálogos, los de los pensamientos no se preceden de raya, sino de coma, tal como puedes ver en el ejemplo. Y, en caso de que tras el inciso continúe el pensamiento, tampoco se cierran con raya, sino que, simplemente, se pone punto, coma o dos puntos según corresponda.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó. «¿Estaré soñando?».
También podemos dar la información antes de mostrar el pensamiento. Si lo hacemos así, hemos de terminar el párrafo previo con dos puntos:
Pensó:
«¿Qué me ha ocurrido?».
Podríamos, incluso, dar la información en el párrafo siguiente:
Tardó en dar crédito a lo que veían sus ojos.
«¿Me habrá lanzado alguien una maldición?».
Esto último lo pensó Gregorio porque la noche antes había estado leyendo una novela en la que al protagonista lo maldecía una gitana.
Fíjate en que el signo de puntuación, en caso de que haya que poner uno tras el pensamiento, siempre se pone tras las comillas.
Los verbos que se usan para hacer referencia al pensamiento ya no son los propios de la dicción (decir, preguntar, responder, exclamar...), sino verbos de pensamiento: pensar, recordar, reflexionar, meditar, razonar, deducir, cavilar, discurrir, preguntarse... No son tantos como los verbos de dicción, pero, aun así, existen unos cuantos.
En ciertos casos se hará necesario reflejar de alguna manera que el pensamiento que estamos mostrando no es uno convencional, sino, por ejemplo, una voz que el personaje «oye» en su pensamiento, ya sea porque esté imaginando lo que, llegado el momento, podría decirle alguien o porque realmente crea oír voces en su cabeza. Los pensamientos de este tipo, en vez de delimitarlo con comillas, los escribiremos en cursiva, así:
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
Pues que te has convertido en un escarabajo. ¿Es que no lo ves, zoquete?
Si escribimos un pensamiento en cursiva, no quedará bien añadirle un inciso, ya que entonces parte del párrafo estará en cursiva y parte no lo estará, y el cambio de tipografía chocará, así que, en caso de que necesitemos dejar claro de quién es el pensamiento en cuestión, no nos quedará otra que dar la información en el párrafo previo o en el siguiente.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
La voz que en ocasiones oía en su cabeza no desaprovechó la oportunidad de decir la suya:
Pues que te has convertido en un escarabajo. ¿Es que no lo ves, zoquete?
Tampoco pondremos los pensamientos entre comillas ni los marcaremos de ninguna otra manera en los casos en que, por más que los estemos mostrando en estilo directo, queramos que formen parte indistinguible del discurso del narrador. Esto únicamente lo podremos hacer colocándolos en aquellos fragmentos de narración en que, en estilo indirecto, estemos ya explicando qué pasa por la cabeza del personaje:
Gregorio llegó a la conclusión de que, efectivamente, la gitana le había lanzado una maldición. ¡La muy bruja! Aunque, por más que lo pensó, no encontró ninguna razón por la que hubiese querido maldecirle. ¿Acaso le había hecho algo? ¡Claro que no!
En este ejemplo que he puesto (insisto: Kafka me perdone por la adulteración) las expresiones «¡La muy bruja!» y «¡Claro que no!» son, más que discurso del narrador, pensamientos del personaje.
Tengo que comentar aquí que aunque en el ejemplo que acabo de poner he usado este estilo directo «descomillado» en una narración realizada en tercera persona y en pasado, lo habitual es hacerlo únicamente en narraciones realizadas en primera persona y en presente. El motivo es que los pensamientos se tienen, por regla general, en primera persona y en presente, y no nos resultará fácil integrarlos en una narración que esté realizada en otra persona o en otro tiempo, ya que únicamente podríamos mostrar pensamientos que no incluyan ninguna palabra que delate la primera persona o el tiempo presente.
También he de comentar que es muy importante que siempre que escribamos un pensamiento en estilo directo procuremos que sea efectivamente un pensamiento, y no una explicación. Cuando se piensa, no se le explica nada a nadie, sino que el discurso se queda en la cabeza de la persona que está pensando. Esto implica que, por ejemplo, en un pensamiento en estilo directo no tienen lugar, en el caso general, expresiones como «Creo que», «Pienso que», «Me pregunto si», etc., que se usan para comunicarle a alguien lo que se piensa. Así, si queremos comunicar que Gregorio llega a la conclusión de que lo que está viendo no es real, no hemos de escribir...
Sé que esto que estoy viendo no es real.
... ni siquiera...
Esto que estoy viendo no es real.
... sino...
Esto no es real.
Es un error que se comete habitualmente al escribir pensamientos en estilo directo: hacer que, en ellos, el personaje, en vez de pensar, explique. Se comete, sobre todo, al escribir monólogos interiores. Un monólogo interior no es otra cosa que un bloque de texto de una cierta extensión en el que se expone en estilo directo qué piensa un personaje. Si quieres saber más sobre esta técnica narrativa, puedes leer este artículo que publiqué en su día en el blog.
Precisamente, y aquí hablaré ya del estilo indirecto, es al comunicar pensamientos en forma indirecta cuando sí hemos de usar estas expresiones. En estilo indirecto, como ya había explicado en el inicio del artículo, no mostramos los pensamientos tal como los tiene el personaje, sino que hacemos que el narrador informe de ellos a su manera:
Gregorio se preguntó qué le había ocurrido.
Cuando los comunicamos en estilo indirecto, los pensamientos no se entrecomillan ni se señalan de ninguna otra manera, sino que se integran en el discurso del narrador.
No hay mucho más que decir sobre el estilo indirecto. Comunicar pensamientos en él resulta bastante más sencillo que en estilo directo, ya que no nos hemos de preocupar de poner signos de puntuación (más allá de los que requiera el párrafo del discurso del narrador), ni de abrir nuevos párrafos, ni de emular la forma de expresarse del personaje... Únicamente, hemos de vigilar no errar con el tiempo verbal, la persona, etc., en los que expresemos el pensamiento, que deberán ser los que pida el modo en el que estemos narrando.
Así, si, por ejemplo, estamos narrando en tercera persona y en pasado, el «Esto no es real» que piensa Gregorio tendremos que transcribirlo como...
... llegó a la conclusión de que aquello no era real.
Aquí tienes ya la continuación del artículo.