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Diálogos al final del túnel


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Por César Sánchez Ruiz



Capítulo 1



El microbio sigue ahí, a las puertas... pero ya se va viendo la luz al final del túnel. De momento, aquí tienes un nuevo artículo que te ayudará a quedarte en casa a escribir. En esta ocasión te hablo de un recurso tan valioso como es el diálogo. ¿Te manejas bien con él?

El diálogo es uno de los recursos narrativos que más cuesta dominar. Voy a darte algunas indicaciones para que puedas hacer que tus personajes hablen de manera creíble y, a la vez, sus parlamentos se lean con fluidez.

En primer lugar, has de tener en cuenta que, al igual que en el mundo real cada persona habla a su manera, cada uno de los personajes de tu historia deberá hablar a la suya. Si no lo haces así, si no te preocupas de asignarle a cada personaje una voz única, todos hablarán igual, con tu voz, y no sólo se resentirá la verosimilitud, sino que no estarás ayudando a que el lector pueda discernir qué personaje interviene en cada momento.

Un personaje puede tener una forma de hablar muy característica o, por el contrario, más común, pero nunca deberá ser la misma que la de otro personaje (salvo excepciones: por ejemplo, si se trata de gemelos, clones o similar), y deberás preocuparte de trabajarlas todas en mayor o menor medida. Si, por ejemplo, el personaje es un pirata de mediados del siglo XVIII, no hablará con remilgos:

—No, yo no —dijo Silver—. Flint era el capitán; yo era solamente su cabo, ¡qué podía ser con mi pata de palo! El mismo cañonazo que dejó ciego a Pew se llevó mi pierna. Fue un excelente cirujano el que terminó de cortármela, sí, con título y todo, y sabía hasta latín... Aunque eso no le salvó de que lo colgaran como a un perro y lo dejaran secándose al sol, como a todos los demás, en Corso Castle. La gente de Roberts... Todo les vino por mudarles los nombres a sus barcos, cuando les pusieron Royal Fortune y otros nombres así. Como si se pudiera cambiar el nombre de un barco.


Si se trata de un personaje de una época actual, su forma de hablar podrá ser más parecida a la tuya, pero aun así, no deberás descuidarla. Un niño, por ejemplo, deberá expresarse como lo hacen los niños: con frases cortas y un vocabulario sencillo; un adulto, en cambio, suele elaborar más las frases, y su repertorio de palabras ser más amplio. Sólo en el caso de que un personaje se parezca mucho a ti (tenga tu misma nacionalidad, edad, etc.) o, directamente, seas tú (es decir, tú seas uno de los personajes de la ficcion), podrás usar para él tu propia voz.

Para saber cómo habla uno de tus personajes, has de tener claro cómo es el personaje en cuestión, y para ello no te queda otra que haberlo trabajado. Puedes hacerlo en tu imaginación o en una ficha de personaje. De hecho, la forma de hablar de un personaje no es más que otro rasgo de su caracterización.

No sólo las voces de los personajes tendrán que ser distintas entre ellas, sino que un mismo personaje deberá expresarse de una manera u otra según la situación en la que se encuentre en el momento de hablar. Así, si está cenando con alguien en un restaurante, podrá hablar con calma, detallar, aclarar... En cambio, si está en medio de una batalla, no tendrá tiempo para explicaciones, y deberá limitarse a dar indicaciones rápidas a sus compañeros:

—¡Salgamos, muchachos! ¡Fuera todos! —gritó el capitán—. ¡Vamos a luchar a campo abierto! ¡Los machetes!


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También deberás tener en cuenta con quién habla el personaje, es decir, quién es su interlocutor. Si le está hablando a un amigo, su tono será distendido. Si se dirige a un superior, se expresará de manera más formal. Y si le habla a un niño, su forma de expresarse será otra. Si quien habla es un médico, no se dirigirá igual al paciente al que haya ido a visitar a su domicilio que al zafio exmarino que le haya amenazado de muerte mientras cenaba tranquilamente en la posada Almirante Benbow:

—Y ahora, señor —continuó el doctor—, puesto que no ignoro su desagradable presencia en mi distrito, podéis estar seguro de que no he de perderos de vista. No sólo soy médico, también soy juez, y, si llega a mis oídos la más mínima queja sobre vuestra conducta, aunque sólo fuera por una insolencia como la de esta noche, tomaré las medidas para que os detengan y expulsen de estas tierras. Basta.


Por otro lado, has de ser consciente de que los personajes nunca deben hablar únicamente para que el lector obtenga una información, sino que sus palabras han de estar motivadas por la necesidad que tengan de comunicar algo a sus interlocutores en la ficción. Ten en cuenta que, para los personajes, el lector, simplemente, no existe; para ellos sólo existen los otros personajes. Si, por ejemplo, necesitas que el lector conozca el plan que tiene un personaje, no puedes hacer que este lo comunique sin más, sino que has de hacer que tenga la necesidad de comunicárserlo, en la ficción, a quien sea:

—¡Cuándo! ¡Por todos los temporales! —gritó Silver—. Bien, pues, si quieres saberlo, te lo voy a decir. Será lo más tarde que pueda. Entonces será el momento. Tenemos a un marino de primera, al capitán Smollett, que está gobernando y bien nuestro barco; están el hacendado y el doctor, que guardan el plano... ¿sabemos acaso dónde lo esconden? No lo sabemos ni tú ni yo. Así que pienso que lo mejor es dejar que el hacendado y el doctor encuentren el tesoro para nosotros, y cuando ya lo tengamos a bordo, ¡por todos los diablos!, entonces ya veremos. Si yo tuviera confianza suficiente en vosotros, malas bestias, dejaría que el capitán Smollett nos llevara hasta medio camino de regreso, antes de dar el golpe.


En este mismo sentido, has de evitar que los personajes digan algo que sus interlocutores puedan sobrentender. Si te fijas, en el ejemplo anterior, el personaje no dice "el plano del tesoro", sino, simplemente, "el plano", ya que sus interlocutores pueden deducir a qué plano se está refiriendo; de igual manera, no dice "a bordo del barco", sino, simplemente, "a bordo". De nuevo, has de tener en cuenta que los personajes no le estarán hablando al lector, sino a sus interlocutores en la ficción. Si necesitas que el lector sepa algo, y quieres que la información la dé un personaje en uno de sus parlamentos, tendrás que buscar la manera de que resulte verosímil que comunique el dato.

Igualmente, has de tener en cuenta en todo momento que las personas, cuando hablamos, no solemos declarar de manera directa cómo nos sentimos o qué pensamos, sino expresarnos de manera orgánica. Por ejemplo, si una persona no para de hablar y nos está molestando mucho, no diremos "Me está molestando mucho que no pares de hablar" y "Quiero que te calles", sino que le exhortaremos a que deja de hablar ("¿Puedes callarte, por favor?") o manifestaremos nuestro enfado ("¡Ya vale!"), o, quizás, aguantaremos sin decir nada.

Fíjate: en el último texto de ejemplo, el personaje (John Silver) no dice "Estoy nervioso y enfadado", sino que manifiesta estos nervios y este enfado ("¡Por todos los temporales!", "malas bestias", "¡por todos los diablos!"), y con ello captamos cómo se siente. De la misma manera, el hombre no dice "No tengo confianza suficiente en vosotros", sino que da esta información de manera orgánica: "Si yo tuviera confianza suficiente en vosotros...".

Ya para acabar, te comentaré que, por más que hayas de hacer que los diálogos que escribas resulten verosímiles, no has de hacer que tus personajes hablen como hablarían si existiesen en realidad, sino mejor, ya que sólo así el diálogo resultará narrativamente eficaz. Esto significa que las frases deben estar bien construidas y lo más compactadas posible, las palabras deben ser las adecuadas en todo momento, no debe haber redundancias, etc. En el mundo real, salvo en casos contados, las personas no hablan tan bien como tú necesitas que hablen tus personajes en tu ficción.

Si te fijas en el texto del ejemplo, John Silver, por más que está alterado, apenas repite palabras, ni deja frases a medio decir, ni redunda información. Su forma de expresarse es verosímil, pero no realista: está adaptada para que el texto se lea lo mejor posible.


Bueno, pues hasta aquí esta explicación. Si te ha resultado valiosa, y no quieres perderte las próximas que escriba, subscríbete a mis envíos, y te avisaré cada vez que publique en el blog.

Los textos que he puesto de ejemplo son fragmentos de la novela La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson.



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