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Cómo acertar al ponerle nombre a un personaje de ficción

Por César Sánchez Ruiz

En un artículo anterior te había hablado de las distintas opciones que tienes para ponerle nombre a un personaje: puedes ponerle nombre de pila y apellido, o únicamente nombre de pila, o únicamente apellido, o un diminutivo, o un apodo, o hacer que el nombre sea un anagrama o un acróstico, o recurrir a una aliteración... Pues bien, en este artículo que publico ahora voy a hablarte de cómo lo debes hacer para que el nombre que le pongas a un personaje no solo sea adecuado para él, sino que en ningún momento pueda distraer de la historia que estás contando.
Para empezar, conviene que el nombre refleje la época y el lugar a los que pertenece el personaje. Esto significa que si, por ejemplo, el personaje es español, y acaba de entrar en la veintena, y la historia transcurre en 2022, deberá tener un nombre que no resulte extraño para alguien que haya nacido en España justo tras el cambio de milenio. Si no lo haces así, el nombre podría despistar o, incluso, resultar inverosímil. Esto es en el caso general, porque perfectamente podría convenir que el personaje tenga un nombre atípico que contribuya a su caracterización (te hablaré de ello luego).
Por ejemplo, a alguien que haya nacido en España tras el cambio de milenio podrías llamarle, qué sé yo, Julen; es un nombre euskera, pero de uso habitual en España en las dos últimas décadas.
Hasta aquí, no hay mayor problema. En cambio, si, por ejemplo, el personaje pertenece a otra época, entonces un nombre actual podría no valerte. Pongamos que estás contando una historia que transcurre en la España de la posguerra, esto es, en los años 40 y 50 del siglo XX. En este caso, el nombre de Julen, para un personaje español, no te irá bien en la mayoría de los casos; podría resultar, incluso, inverosímil.
En cambio, podría valerte el nombre Julián, no solo porque en España, en esta época, este nombre sí era habitual, sino porque en la actualidad está un tanto en desuso. Así, estaría remitiendo ya al momento pretérito en el que transcurre la historia.
Luego, si, por ejemplo, la historia transcurre en una época aún más lejana, ya no te valdrán, seguramente, los nombres que conozcas de tu día a día, sino que tendrás que ponerle al personaje uno del periodo en cuestión. Esto te obligará, seguramente, a documentarte, para saber cuáles eran los nombres que se usaban en esa época concreta y elegir uno que, además de resultar verosímil, te ayude a ambientar la obra.
Por ejemplo, para un ciudadano de Hispania, esto es, de los territorios de la península ibérica en la época de la dominación romana, podría valerte el nombre Iulianus; es el nombre latino del que proceden Julen y Julián.
Y ya si, por ejemplo, la historia tiene lugar en un mundo fantástico, entonces, seguramente, ya no te servirán los nombres reales, actuales o no, sino que tendrás que inventártelos; podrías verte obligado, incluso, a idear cómo es el idioma de los habitantes de ese mundo en cuestión, para que así los nombres que les pongas tengan una cierta coherencia. Cuanto más distinto al mundo real sea ese mundo fantástico, más distintos a los nombres reales convendrá que sean los nombres de sus habitantes.
Por ejemplo, a unos reptiloides que habiten en un planeta de otra galaxia podrías ponerles nombres que tengan consonantes como la s, la x y la z (que son, supongamos, las que podría pronunciar un reptil si hablase) y pocas vocales.
A partir de aquí, has de procurar que el nombre que le pongas a un personaje ayude a comunicar quién es y cómo es ese personaje, más allá de que indique su pertenencia a un lugar y una época concretos. Es decir, conviene que el nombre refuerce la caracterización del personaje. Esto lo puedes conseguir de varias maneras.
Una es a través del significado del nombre. Si se trata de un apodo, este estará comunicando ya alguna característica del personaje. En otros casos, puedes averiguar, a través de la etimología del nombre, cuál es su significado, y así asegurarte de que connote alguna característica del personaje, es decir, que la sugiera por asociación de ideas.
Por ejemplo, el nombre latino Iulianus significa «perteneciente a la familia de Julio» o «de raíces fuertes», por lo que los nombres Julen y Julián podrían ir bien para un campesino que le tenga mucho apego a su tierra: que en ella haya vivido siempre, y cuyos antepasados también hayan vivido en ella.